No podemos escapar de la presencia del reggaeton en nuestras vidas. Está en todas partes, se puede decir que es hasta imprescindible y sin un esfuerzo significativo aparece en nuestros playlists. No nos olvidamos de las feministas a las que tanto les debemos, no nos olvidamos de las obras que cambiaron nuestra historia como Vindicación de los derechos de mujer, tampoco nos olvidamos del movimiento sufragista que luchó para que tengamos una voz a través de las urnas. Sin embargo, que tire la primera piedra quien no terminó bailando mientras se escuchaba a J Balvin con su frase poética ‘acércate a mi pantalón vamos a pegarnos como animales’.

Y que las canciones las cante una mujer tampoco nos salvan de esos comentarios. Simone de Beauvoir se tomó más de 500 páginas para explicar porqué la mujer es el otro sexo para que Becky G en pocos segundos nos cuente que le gustan mayores para que no le quepan en la boca los besos que quieran darle. ¿Qué diría Olimpia de Gouges si escuchara las obras maestras de Bad Bunny?

Lo cierto es que no somos ni peores feministas y tampoco mejores mujeres por cantar o no reggaeton.

Extirparlo de la sociedad es demasiado difícil y quedarnos sentadas en una fiesta tampoco solucionará algo. Tomemos con humor que el reggaeton es la batalla perdida del feminismo. Ese género musical no va a cambiar, pero tampoco nosotras dejaremos de promover la sororidad. ¿Qué hacemos? Sigamos cantando sin culpa mientras vamos manejando y bailando sin cargo de conciencia cuando más de tres margaritas tenemos en la cabeza.

Quizá si Virginia Woolf nacía en el siglo XXI también habría bailado las canciones de Maluma.