Papá

Crecí marcada por ser la hija de él, por tener sus ojos, su sonrisa y hasta sus gestos. Crecí con una mamá que clamaba justicia a través de un Cristo ensangrentado en un altar, una justicia que claramente jamás llegó. Crecí con entrevistas cada vez que se conmemoraba el aniversario de su desaparición, crecí con respuestas vacías que a veces ya no quería repetir. Crecí atada a un pasado que no escogí y comprometida con una lucha que ansiaba abandonar desde que la conocí.

Tal vez, solo tal vez, entiendo a todos los que me juzgaron por no llevar en el pecho la fotografía de mi padre. Pero yo sabía que las cosas no cambiarían, los responsables no serían juzgados, el tiempo no podría regresar. Vi a mi madre desgarrarse frente a funcionarios públicos por respuestas, la vi viajar horas hasta la capital, la vi regresar derrotada con las úlceras abiertas y las lágrimas agotadas.

Un poco antes de la desaparición de mi papá, el gobernador invitaba cordialmente –como buen político– a todos los ciudadanos bajo su jurisdicción para que se protejan y se cuiden como puedan. Porque nadie estaba a salvo, porque no eran tiempos para confiarse ni del vecino. En otras palabras porque él y el resto de autoridades eran solo títeres. El verdadero gobernador, el que usaba la ley como mejor le convenía, el que decidía quién se quedaba y quién no, era en realidad un capo. Pero donde yo vivo, las historias de esos personajes ya no asustan; han estado ahí tanto tiempo que se han transformado en una materia más de las escuelas. Nuestras sociedades ya no pueden entenderse sin esos actores.

Ahora mi mamá recuerda tan poco y yo juego con sus memorias. Es una niña entre mis brazos, los papeles se han invertido. Algunas veces pregunta por mis abuelos y mis tíos, otras veces pregunta por mi papá. Le cuento que está bien, que está dando clases en una escuela rural, que todos sus alumnos lo quieren y que pronto estará de vuelta en casa. Mi mamá sonríe. Dice unas cuantas cosas más que no logro entender y finalmente se queda dormida.

Prefiero eso, prefiero que duerma creyendo que al despertar él estará a su lado. Mañana cuando abra los ojos, ella no recordará nada. ¿Y mi papá? Mi papá seguirá en aquella fotografía desgastada con la leyenda ‘vivos se los llevaron, vivos los queremos’. Cuando creces sin creer en la justicia, te embarga un sentimiento de pesimismo que difícilmente logras quitarte en el camino. Nunca tendríamos respuestas, lo supe desde las primeras preguntas.