Por un momento, haz el ejercicio de ser otra persona.

Las bombas revientan tus oídos, los gritos devoran el silencio y las calles están teñidas de vidas que fueron arrebatadas. Tienes que huir porque es la única opción. Piensas en tus hijos o en tus hermanos más pequeños, en cómo explicarles algo que ni tú te explicas. Piensas en tus padres, si podrán hacer el viaje con la edad que ya tienen. Piensas en qué momento acabó todo y empezó el infierno que hoy vives. Huyes porque no tienes cómo alimentar a tu familia, huyes porque tus amigos murieron en los hospitales, huyes porque hace mucho que perdiste la esperanza. Huir es una palabra que parece de cobardes, pero cuánto valor guarda en ciertos casos.

¿Fue difícil el ejercicio? Claro, es una situación que asfixia y desespera. Una situación que en la actualidad sufren 68,5 millones de personas según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Tenemos la suerte de que solo fue un ejercicio mental y no nos encontramos en la obligación de cruzar el océano con pocas probabilidades de llegar a tierra.

¿Qué pasa con nosotros? Nos afligimos y nos complicamos la vida por situaciones que, si nos ponemos a pensar detenidamente, son hasta insignificantes. No solo imaginemos a aquellos que se ven forzados a migrar sino también a aquellos en situación de pobreza o con alguna enfermedad. Hay cosas realmente irreparables que no sentimos como reales hasta que nos tocan. Aunque cueste aceptarlo, nuestros ‘grandes problemas’ tienden a ser peleas o dificultades pasajeras.

Cuántas cosas damos por sentadas como si la vida fuera un paquete ‘todo incluido’.

Cuántas cosas damos por básicas como si tener un smartphone fuera vital. Cuántas cosas damos por merecidas cuando en realidad tuvimos el privilegio de nacer con ellas.

¿Qué pasaría si nos detuviéramos un momento a agradecer? Agradecer por tener a la familia completa, agradecer por tener un motivo al despertar, agradecer por tener personas que nos aman y a las cuales amar. Disfrutemos de las pequeñas cosas ordinarias y valoremos aquellas que tanto esfuerzo nos costaron. Que no se pierda la bonita costumbre de dar gracias a la vida, como cantaría Violeta Parra.